Comentario
No se piense, sin embargo, que durante la pentecontecia todo fue miel sobre hojuelas, pues existieron profundas tensiones, a pesar de las cuales el más acendrado antropocentrismo, al que los griegos siempre habían sido proclives, triunfó en toda línea. La actuación de Pericles y la de los personajes integrados en su círculo alcanzaron el triunfo y lo hicieron redundar en gloria de Atenas.
Entre las ciudades griegas, Atenas y, dentro de ella, la Acrópolis constituyen el emblema de la Grecia Clásica. Se ha dicho tantas veces y es tan cierto que no hace falta insistir sobre lo mismo, aunque no está de más recordar que esa situación no fue configurada por azar o por capricho de un puñado de mentes preclaras, sino por una tradición secular enraizada en entresijos mitológicos, según los cuales en aquel lugar tenía la diosa Atenea su complacencia. Su predilección correspondía a los desvelos y homenajes que incesantemente le tributaban los habitantes, reciprocidad llamada a colmar los más altos designios.
Así se convirtió la Acrópolis desde época geométrica en objeto de atención especial para los gobernantes de Atenas. Existe, pues, una vinculación evidente entre ellos y los monumentos sucesivamente construidos. Para la época que tratamos conviene esclarecer la relación de dependencia entre el programa constructivo de la Acrópolis y la voluntad de Pericles. Que él es la mente inspiradora y quien se empeñó en sacar la empresa adelante es innegable, pero también lo es la intervención directa y activa de una comisión de obras creada especialmente al efecto, para controlar y dirigir la situación. En ella estaba Pericles y a ella pudieron ser llamados artistas amigos suyos, como el arquitecto Iktinos y el escultor Fidias, pero en última instancia es el pueblo ateniense, a través de sus representantes, el responsable de las obras. "La Vida de Pericles" de Plutarco y la epigrafía de la Acrópolis son fuentes inagotables para la cuestión.
El primer monumento que se empezó a construir en la Acrópolis el año 448/447 fue el Partenón, seguido de los Propíleos, del templo de Atenea Nike, tras un largo tira y afloja en el seno de la comisión, y del Erecteion, cuyas obras concluyen hacia 406. Casi medio siglo, por tanto, de febril actividad y dificultades vencidas, pues cada monumento parece superar en complicaciones topográficas y técnicas al que le había precedido.